Ese momento de tu vida, en el que piensas que puedes con todo. En el que das por hecho que todo va a salir bien. Que nada, absolutamente nada, va a salir mal.
Una mañana te levantas y no sabes como ocurrió, ni desde cuando. Sólo sabes que algo no salió como lo planeaste en un tiempo atrás. Algo salió mal, y pueden pasar las horas, tachar los días en el calendario, y arrancar las hojas de éste. Guardas la ropa de verano, sacas los chalecos. Los vuelves a guardar. Comienza la primavera a florecer, sigues tachando días y pasando las hojas del calendario y así, sucesivamente, sin saber aún, qué fue aquello que salió mal.
Ya no es todo perfecto, todo comienza a fallar, intentas salir pero nunca llegas a saber cómo olvidar.
Sigues tachando los días, hasta que entre tantas cruces sucesivas, conoces a alguien, alguien que te frena, alguien que aún no hablando con el, sabes, que ha cambiado todo, o al menos comienza a cambiártelo todo. Y no solo te paras tú... sino el bolígrafo, los días, se paran los relojes... se para el tiempo, y dejas de tachar, no te permites seguir arrancando hojas. Ya sólo te paras a contar los días o los meses que faltan para volver a ver a ese alguien.
Y te da igual lo que pase con los otros, ya sólo piensas en ti.
Y en cómo quieres que tu vida cambie, o te cambie.